jueves, 23 de febrero de 2012

¿Importa La Meta o El Camino?

Qué importa más en la vida: ¿la meta o el camino?.

Hace unas semanas acompañé a mi hermana Mari a una caminata. Sé que le gusta caminar y hacer senderismo. Por eso, sabiendo que se iba a organizar "La peregrinación a la Candelaria", se lo comenté y nos apuntamos. Aquel día me levanté contenta y emocionada por la mañana que nos esperaba: contacto con la naturaleza verde, respirar aire puro, hacer un paréntesis en la semana,... A las 9:30 de la mañana, la guagua nos dejó en Fontanales, punto de partida de la peregrinación. Bajaríamos por el Barranco del Laurel hacia nuestra meta: Moya.

En aquella mañana, se congregó un buen número de personas. La mayoría de ellas, mujeres de Moya y alrededores que, con entusiasmo, comenzaron la caminata. Había de todas las edades, jóvenes, de mediana edad y mayores. Tanto entusiasmo animaba al grupo que, en muy pocos minutos, nos adelantaron, dejándonos a Mari y a mí al final.

Si he de ser sincera, yo caminar, lo que se dice caminar largas distancias, no suelo... Ya me entiendes. Pero, quería acompañar a Mari y había preguntado a la organización por la dificultad del trayecto y me habían asegurado que era sencillo, por una carretera secundaria y "además, mi madre lo va a hacer, así que tu también puedes hacerlo". Efectivamente, el camino era una carretera secundaria, bien asfaltada y habían muchas madres, e incluso yo diría que hasta abuelas, que estaban peregrinando hacia La Candelaria a paso ligero. Sólo había un par de simples detalles que se les olvidó comentarme a cerca del camino, como que la mayoría del trayecto "eran cuestas muy empinadas" y que serían 11 kilómetros en total desde Fontanales hasta Moya.

El grupo cada vez iba más adelantado y yo atrás. Mari, de vez en cuando, me acompañaba y otras me adelantaba, quedándome yo detrás. Sola, no. Iba custodiada por Protección Civil que, en este tipo de eventos, participan acompañando y protegiendo a los caminantes. Estuve todo el tiempo siendo escoltada por un coche de Protección Civil, cuyo operario, muy amablemente, tuvo la genial idea de decirme a micrófono abierto: "señora, baje despacio que estas cuestas son muy empinadas y rompen las piernas". Comentario que se pudo escuchar en todo el barranco y que hizo girar las cabezas de las peregrinas y enfocar sus miradas en la única persona que iba pegadita al coche de Protección Civil: Yo.

¡Qué bochorno! Mis piernas cada vez estaban más y más cansadas. Mis rodillas, flaqueaban. El de Protección Civil que no me quitaba ojo. Todas aquellas mujeres que parecía que habían desayunado "las espinacas de Popeye" y mis pies, mis pobrecitos pies que me gritaban: ¡párate, coño! Y así lo hice. A mitad del trayecto, ya no podía más. Dejé de lado la vergüenza y me subí, como toda una valiente, al coche de Protección Civil, que me llevó muy despacito hasta Moya. Digo lo de valiente porque había que tener bravura para terminar el camino en coche, viendo como todas aquellas madres y abuelas lo hacían a pie. Pero, yo había venido a disfrutar del día en el campo y no a sufrir. De esta manera concluyó mi aventura. Llegué a la meta, al pueblo de Moya. ¿La forma en que lo hice? No importa. Yo también estaba allí, con el resto de peregrinos, como uno más.

De vuelta a casa, reflexionaba con Mari, entre carcajadas, sobre nuestra mañana en el campo. Yo me preguntaba ¿para qué me había levantado ese día tan pronto, para hacer una caminata que no había podido acabar? Y, haciendo repaso de los acontecimientos del día, llegamos a la razón especial de ese día particular. La carretera del Barranco del Laurel está flanqueada por preciosas casitas de campo. En una de ellas, situada a la derecha y un tanto lejos del camino, una señora alzó sus brazos efusivamente para saludarnos. Nosotras la correspondimos, a lo que ella contestó con múltiples "besos volados" que nos lanzó con dulzura. Mari y yo contestamos a su invitación y le enviamos nuestros "besos volados". Ella, con un gesto amoroso y tierno, los capturó en el aire, los rodeó con sus manos y los depositó en su corazón.

Ahí estaba la respuesta. Para eso nos habíamos levantado mi hermana y yo ese día: para recibir amor y devolver amor. Lo de menos fue llegar a la meta. Lo verdaderamente importante fue el Amor que compartimos en el Camino.

Un abrazo,
Irene Montero González.

Fotografía: Irene Montero González

4 comentarios:

  1. Irene, es un relato precioso, con un final realmente inesperado y muy emotivo, tanto que hasta se me han salido las lágrimas de la emoción.

    Verdaderamente, a veces, no nos damos cuenta del importante valor de un gesto de afecto que ofrecemos hasta que suceden cosas maravillosas como esta.

    Muchísimas gracias por editarlo y dejar patente a todos nosotros de ese inolvidable y valioso momento.

    Un beso desde mi corazón,

    Vesta

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    1. Gracias bichillo. Siempre tienes una palabra dulce para mí.
      Un abrazo, Irene.

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  2. Maravilloso... lo has explicado tan bonito y bien que me he sentido partícipe de los besos de la señora y vuestros... precioso mensaje. Gracias!!!

    Alicia

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    1. Gracias Alicia por tus palabras y por querer formar parte de la familia de Alivia3.
      Un abrazo, Irene.

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